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AI Voice AudioBook: El Hombre Mediocre: Ensayo de psicologia y moral by José Ingenieros

AudioBook: El Hombre Mediocre: Ensayo de psicologia y moral by José Ingenieros

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EL HOMBRE MEDIOCRE

OBRAS DEL MISMO AUTOR

La Psicopatología en el arte. La Simulación en la lucha por la vida. (9.ª edición.) La Simulación de la Locura. (7.ª edición.) Estudios clínicos sobre la histeria. (4.ª edición.) Patología del lenguaje musical. Nueva clasificación de los delincuentes. (2.ª edición.) Al Margen de la Ciencia. (4.ª edición.) Criminología. (2.ª edición) Sociología Argentina. (2.ª edición.) Principios de Psicología Biológica.

EN PREPARACIÓN

Hombres y cosas de mi tiempo.

JOSÉ INGENIEROS

EL HOMBRE MEDIOCRE

RENACIMIENTO

MADRID BUENOS AIRES Pontejos, 3 Libertad, 170 1913

ES PROPIEDAD

ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO EDITORIAL.--PONTEJOS 3

ÍNDICE

LA MORAL DE LOS IDEALISTAS

I. Las luces del camino.--II. Los visionarios de la perfección.--III. Los idealistas románticos.--IV. El idealismo experimental 5

EL HOMBRE MEDIOCRE

I. «¿Áurea mediocritas?»--II. Definición del hombre mediocre.--III. Función social de la mediocridad.--IV. La vulgaridad 39

LA MEDIOCRIDAD INTELECTUAL

I. El hombre rutinario: psicología de los Panza.--II. Los estigmas mentales de la mediocridad:.--III. La maledicencia: Una alegoría de Botticelli.--IV. El éxito y la gloria 73

LA MEDIOCRIDAD MORAL

I. El hombre honesto.--II. La moral de Tartufo.--III. Los tránsfugas de la honestidad.--IV. Los senderos de la virtud: El corazón y el cerebro.--V. La santidad 107

LOS CARACTERES MEDIOCRES

I. Hombres y sombras.--II. La domesticación de los mediocres: Gil Blas de Santillana.--III. La vanidad y el orgullo.--IV. La dignidad 159

LA ENVIDIA

I. La pasión de los mediocres.--II. Los sacerdotes del mérito.--III. Los roedores de la gloria.--IV. Un castigo dantesco 191

LA VEJEZ NIVELADORA

I. Las canas.--II. Etapas de la decadencia.--III. La bancarrota de los ingenios.--IV. La psicología de la vejez.--V. La virtud de la impotencia 215

LA MEDIOCRACIA

I. El clima de la mediocridad.--II. La política de las piaras.--III. Demagogos y aristarcos: Las dos fórmulas de la injusticia.--IV. La aristocrac

LA MORAL DE LOS IDEALISTAS

I. LAS LUCES DEL CAMINO

En el camino de la vida, la humanidad se encuentra dividida en dos grandes categorías de hombres: los que miran hacia el suelo y los que miran hacia el cielo. Los primeros son los utilitarios, los prácticos, los hombres de la realidad inmediata, cuya existencia se reduce a la satisfacción de sus necesidades orgánicas y a la defensa de sus intereses materiales. Los segundos son los idealistas, los soñadores, aquellos cuya mirada se pierde en el infinito, aspirando a la conquista de valores superiores, a la realización de fines que trascienden la materia y el tiempo.

El hombre práctico vive en el presente; su horizonte no traspasa los límites de su existencia biológica y social. Es el hombre que se conforma con lo que es y con lo que posee. Su pensamiento está esclavizado por la necesidad, y su acción por el hábito. Su moral es la conveniencia, su ley es la costumbre, su fin es la seguridad. El idealista, por el contrario, vive en el porvenir; su espíritu se alimenta de esperanzas y sus energías se gastan en la lucha por lo que aún no existe. Su pensamiento se libera de las cadenas de lo inmediato, y su acción se dirige a la transformación de lo existente.

La historia de la humanidad es el resultado de la lucha entre estos dos tipos de hombres. El hombre práctico, con su inercia y su egoísmo, es el freno que detiene el progreso; el idealista, con su fe y su audacia, es el motor que lo impulsa.

El idealista es el precursor. Sus ideas, al principio, parecen extravagantes, imposibles, locas; pero el tiempo, que es el juez supremo de todas las cosas, las consagra y las convierte en verdades aceptadas por la mayoría. El idealista es el hombre que se atreve a soñar con un mundo mejor, y que dedica su vida a hacer realidad ese sueño.

El hombre práctico, en cambio, es el conservador por excelencia. Ve en toda novedad una amenaza a su tranquilidad, en todo cambio un peligro para sus intereses. Su función social es la de mantener el statu quo, la inercia de las cosas. Es el hombre de la rutina, el adorador de las tradiciones, el esclavo de lo establecido.

Esta oposición entre el idealista y el hombre práctico no es un mero accidente histórico; es una ley fundamental de la naturaleza humana. En cada individuo coexisten ambos principios, en lucha constante. El conflicto entre la necesidad y el deseo, entre la realidad y el ideal, es la fuente de toda la actividad psíquica y social.

El idealista es el que, en medio de la noche de la ignorancia y del error, enciende una luz para guiar el camino de los demás. Es el que se atreve a desafiar las convenciones, a romper con el conformismo, a predicar lo que nadie se atreve a creer. Es el faro que ilumina las tinieblas, el profeta que anuncia un nuevo día.

El hombre práctico es el que se contenta con la penumbra, el que se siente cómodo en la oscuridad. No le interesa la luz si no le sirve para alumbrar el camino de su propia casa. Su inteligencia se atrofia por falta de ejercicio, su voluntad se debilita por la sumisión al medio.

El idealista es el hombre que se niega a ser una pieza más en el engranaje de la máquina social. Se rebela contra la injusticia, denuncia la hipocresía, lucha contra la opresión. Su vida es una protesta constante contra todo lo que degrada al ser humano.

El hombre práctico es el que se somete dócilmente a las leyes del rebaño, el que se conforma con su papel subalterno. Su moral es la obediencia, su ética la resignación. No se preocupa por el bien común, sino por su propio bienestar.

II. LOS VISIONARIOS DE LA PERFECCIÓN

Los idealistas son los visionarios de la perfección. No se conforman con el mundo tal como es; aspiran a transformarlo, a mejorarlo, a llevarlo más cerca de ese ideal que solo existe en su imaginación. Son los arquitectos de utopías, los fundadores de nuevas religiones, los artífices de revoluciones sociales y políticas.

Su fe en la posibilidad de la perfección es inquebrantable. Creen que el hombre puede ser más justo, más sabio, más virtuoso. Creen que la sociedad puede ser más libre, más equitativa, más fraternal. Esta fe es la fuente de su energía, el manantial de su entusiasmo.

El hombre práctico, en cambio, es el escéptico, el cínico. No cree en la perfección porque no la ha visto. Su experiencia le dice que el hombre es imperfecto y que la sociedad es inherentemente defectuosa. Su sabiduría es la resignación ante lo inevitable.

El idealista es el que se atreve a desafiar la ley de la entropía, la tendencia universal al desorden y a la decadencia. Lucha contra la fatalidad, trata de imponer el orden sobre el caos, la vida sobre la muerte.

El hombre práctico acepta el desorden como algo natural, la decadencia como una ley de la naturaleza. Su filosofía es el pesimismo práctico.

Los visionarios de la perfección son, a menudo, incomprendidos, ridiculizados, perseguidos. El medio social, formado por la inmensa mayoría de hombres prácticos, los mira con desconfianza, los considera peligrosos, subversivos. Los acusa de soñar despiertos, de vivir fuera de la realidad.

Pero es en esta aparente locura donde reside la fuerza del idealista. Su desprecio por lo inmediato, su desinterés por la ganancia material, su desapego a las convenciones sociales, le otorgan una libertad de juicio y de acción que el hombre práctico no puede ni imaginar.

El idealista es el hombre que dice no a lo que es, para poder decir sí a lo que debe ser. Es el constructor de puentes entre el presente y el porvenir. Su obra, aunque a menudo incompleta, sienta las bases para las realizaciones futuras.

El hombre práctico es el que se aferra al presente, el que vive al día, el que se contenta con el refugio de la inercia. Su vida es una repetición monótona, un ciclo sin fin de necesidades satisfechas y deseos sofocados.

Los visionarios son los que introducen la novedad en el mundo. Sus ideas rompen la rutina, estimulan el pensamiento, provocan la reacción. Son la chispa que enciende el fuego de la evolución.

El hombre práctico es el que apaga esa chispa, el que prefiere el calor mediocre del conformismo a la llama brillante del ideal. Su misión es la de mantener el calor, no el de crear la luz.

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