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AudioBook: El arte de amar by Ovid
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EL ARTE DE AMAR.
EL TRADUCTOR
De Ovidio y de sus obras han escrito otras plumas más bien cortadas que la mía; y así fuera temeridad querer añadir, o superfluidad copiar a los eruditos que emprendieron aquel trabajo. Demás de que los comentarios y rapsodias no son ya del gusto de nuestro siglo; en el cual, como en todos, el que aspira a instruirse con solidez es necesario que recurra a las fuentes, sin contentarse con vagas repeticiones, y noticias tal vez corrompidas.
Pero yo traduzco un poema de Ovidio, que ha de andar en manos de todos, y entre mis lectores habrá muchos que no han oído siquiera su nombre; y otros que apenas tienen idea superficial de él y de sus poesías. Y he aquí por qué no puedo pasar del todo en silencio algunas circunstancias de este meritísimo autor.
P. Ovidio Nasón, caballero romano, nació en Sulmona, ciudad del Abruzo, cuarenta y tres años antes de la era vulgar, el mismo día en que fue muerto el elocuente Cicerón. En Roma, a donde fue llevado de corta edad, se dio a las letras bajo la dirección de Plocio Gripo; y mostrando agudo ingenio, a los dieciséis años le enviaron a Atenas, donde estudió las ciencias, y se perfeccionó en la lengua griega. Las escuelas atenienses eran por entonces frecuentadas de la juventud romana, y apenas habrá autor latino de nota que no se formase en ellas. Quiso su padre obligarle a seguir la carrera del foro, y en efecto por obedecerle la siguió algún tiempo, hasta que muerto su padre, la abandonó por las deliciosas musas, arte a que le llamaba la innata inclinación. Tuvo también por maestros en la filosofía a Porcio Latrón, en la retórica a Marcelo Fusco, y en la gramática a Julio Grecino, profesores que entonces se llevaban el aplauso en Roma.
Fue bueno e ingenioso orador, afluente y patético poeta, que engrandecía y animaba cuantos asuntos encomendaba a su pluma; bien que las demasiadas flores con que exornó sus versos, prodigadas con facilidad por su ardiente y fecunda imaginación, le apartaron algún tanto de la noble y sencilla majestad del arte. Dicen que tenía tanto amor propio, que no solo desconocía, sino que amaba sus defectos, negándose a corregirlos, aun cuando sus amigos se los advirtiesen. ¡Debilidad humana, de que no se eximen los mayores hombres!
Gozó en Roma de los honores y beneficios con que Augusto acostumbraba remunerar a los grandes talentos, y hubiera acaso llegado a mayor fortuna que otros poetas sus contemporáneos; pero la desgracia, que al hombre le es dado pocas veces evitar, le proporcionó los amores de Julia, hija de Tiberio, a quien escribió algunas epístolas amatorias, las cuales miró Augusto como delito de lesa majestad, y las mandó quemar, desterrando a Ovidio a la villa de Tomos en el Ponto Euxino. Allí murió a la edad de cerca de sesenta años, sin haber podido alcanzar el regreso al seno de su familia, y a su amada patria.
Entre sus copiosas producciones merecen lugar las poesías galantes, en las cuales imitó a los griegos, aficionadísimos a composiciones licenciosas, como se puede ver en Safo, Anacreonte y otros varios. Cuando apareció su Arte de amar, debió causar mucho ruido en aquella capital del orbe conocido, porque aunque la corrupción de costumbres, necesario efecto de las riquezas y del lujo, había ya llegado a su colmo, duraban todavía ciertos usos y leyes, sombra de la antigua austeridad republicana, que en la apariencia condenaban toda relajación y desorden; y sería ciertamente cosa extraña ver un poema preceptivo, que enseñaba la práctica de la misma corrupción, y que si tal vez no era capaz de introducirla, por lo menos suponía y hacía pública la que interiormente contagiaba a Roma, y era indicio de su decadencia. Lo cierto es que Augusto le halló tan eficaz, que le llamaba arte de cometer adulterios: juicio que, según unos, fue la verdadera causa del destierro del autor, y según otros, solo el pretexto para castigarle por agravios privados. Pero sea de esto lo que fue
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