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AI Voice AudioBook: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) by Conde de José María Queipo de Llano Ruiz de Saravia Toreno

AudioBook: Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (1 de 5) by Conde de José María Queipo de Llano Ruiz de Saravia Toreno

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HISTORIA DEL Levantamiento, Guerra y Revolución de España.

LIBRO PRIMERO.

La turbación de los tiempos, sembrando por el mundo discordias, alteraciones y guerras, había estremecido hasta en sus cimientos antiguas y nombradas naciones. Empobrecida y desgobernada España, hubiera al parecer debido antes que ninguna ser azotada de los recios temporales que a otras habían afligido y revuelto. Pero viva aún la memoria de su poderío, apartada al ocaso y en el continente Europeo postrera de las tierras, habíase mantenido firme y conservado casi intacto su vasto y desparramado imperio. No poco y por desgracia habían contribuido a ello la misma condescendencia y baja humillación de su gobierno, que ciegamente sometido al de Francia, fuese democrático, consular o monárquico, dejábale este disfrutar en paz hasta cierto punto de aparente sosiego, con tal que quedasen a merced suya las escuadras, los ejércitos y los caudales que aún restaban a la ya casi aniquilada España.

Mas en medio de tanta sumisión, y de los trastornos y continuos vaivenes que trabajaban a Francia, nunca habían olvidado sus muchos y diversos gobernantes la política de Luis XIV, procurando atar al carro de su suerte la de la nación española. Forzados al principio a contentarse con tratados que estrechasen la alianza, preveían no obstante que cuanto más onerosos fuesen aquellos para una de las partes contratantes, tanto menos serían para la otra estables y duraderos.

Menester pues era que para darles la conveniente firmeza se aunasen ambas naciones, asemejándose en la forma de su gobierno, o confundiéndose bajo la dirección de personas de una misma familia, según que se mudaba y trastrocaba en Francia la constitución del estado. Así era que apenas aquel gabinete tenía un respiro, susurrábanse proyectos varios, juntábanse en Bayona tropas, enviábanse expediciones contra Portugal, o aparecían muchos y claros indicios de querer entrometerse en los asuntos interiores de la península hispana.

Crecía este deseo ya tan vivo a proporción que las armas francesas afianzaban fuera la prepotencia de su patria, y que dentro se restablecían la tranquilidad y buen orden. A las claras empezó a manifestarse cuando Napoleón ciñendo sus sienes con la corona de Francia, fundadamente pensó que los Borbones sentados en el solio de España mirarían siempre con ceño, por sumisos que ahora se mostrasen, al que había empuñado un cetro que ellos juzgaban de su exclusiva propiedad.

La paz de Presburgo, que annexed a la Italia el estado de Venecia, dio a Napoleón poder sobre aquella península y sobre la casa de Borbón que la gobernaba. Pero era esta de tan diversa índole y tan poco conforme a las ideas del Emperador, que, sin consultar con él, y más por temor de no poderla ya resistir que por voluntad de desatarse de la cadena que la ataba, se vio obligada a renunciar a su corona. Poco después se vio la casa de Nápoles en la necesidad de hacer lo mismo, y aquella corona se transmitió a otro hermano del Emperador.

En esta situación de las cosas, las negociaciones de paz que se entablaban con Inglaterra se rompieron, porque aquella potencia no quería dejar de lado su antiguo sistema de amistad con la casa de Borbón, y porque no había podido conseguir que se restituyesen a la España las colonias que en Indias le habían arrebatado los ingleses. Tampoco pudieron llevarse a cabo las que con Rusia se habían entablado.

Entre tanto se apresuraban los preparativos de guerra. El primero de ellos fue el envío de tropas españolas a la Toscana, para cuyo punto partieron varios batallones de infantería y regimientos de caballería, que se juntaron en aquella provincia. A la vez era conocido en Madrid un tratado de alianza, que hasta entonces había sido secreto, por el cual España se obligaba a marchar con las armas contra Portugal, y a despojar a la casa de Braganza de la soberanía del reino.

Don Manuel Izquierdo, agente del príncipe de la Paz, se presentó en París, y tuvo una conferencia con Napoleón, a quien entregó cierta cantidad de dinero, que se dice ascendía a tres millones de reales. El príncipe de la Paz, receloso ya de las intenciones de Napoleón respecto a España, y conociendo que el Emperador intentaba entrometerse en los negocios de esta nación, y aun despojarla de su independencia, se enfadó y sospechó. Por consiguiente, concibió el proyecto de ligarse con Inglaterra, y para conseguirlo envió a aquella corte a don Agustín de Argüelles, quien a la sazón se hallaba en Londres como ministro del embajador de España.

A este tiempo ocurrió la sublevación de octubre, cuyo manifiesto o proclama firmaron los más conspicuos españoles. La corte de Madrid, sintiendo el peligro que la amenazaba, y no viendo otro medio de salvarse que disculparse con Napoleón, envió de nuevo a don Manuel Izquierdo a París, quien procuró con cuanta habilidad pudo desvanecer las sospechas del Emperador, y presentar como una necesidad la que no había sido sino un acto de imprudencia. No era, en verdad, la corte española la que menos temía las miras y proyectos de Napoleón; pero no pudiendo oponérsele de ningún modo, resolvía conformarse con lo que él mandase, con tal que no se turbase la paz de la nación.

Los dos partidos que dividían el palacio español, esto es, el de la reina y el del príncipe de Asturias, se entretenían con el objeto de atraerse al gobierno francés. Izquierdo, que se hallaba en París, y que mantenía con el Emperador una correspondencia secreta, no cesaba de enviarle noticias, y de hacerle ver la importancia de la corte española para sus fines. Mr. de Beauharnais, que había venido a Madrid como embajador de Francia, halló en esta corte un negocio muy oportuno para sus fines, y entró en tratos secretos con el partido del príncipe de Asturias, a quien prometió el auxilio de su nación, a condición de que se le diese el poder de formar el gobierno de la monarquía.

Entre tanto, las tropas españolas, que habían partido para la Toscana, se reunieron a las francesas que venían de Italia, y se encaminaron hacia el Norte. La paz de Tilsit, firmada entre Napoleón y el zar de Rusia, había puesto fin a las guerras que se hacían en aquella parte de Europa. Las tropas francesas se juntaron en Bayona, con el pretexto de ir a Portugal, y a la vez se mandaron otras al norte de España.

Portugal, que se había negado a declarar la guerra a Inglaterra, se vio en la terrible situación de tener que sufrir las consecuencias de su resolución. Los representantes de España y Francia en Lisboa enviaron sendas notas al príncipe regente, en las cuales le intimaban a someterse a las condiciones de Francia, o a prepararse para la guerra. El príncipe, viéndose acosado por todos lados, y sin esperanza de auxilio, resolvió embarcarse con toda su familia para el Brasil, y marchó hacia aquella colonia el 29 de noviembre de 1807.

El 18 de octubre de 1807 cruzó el Bidasoa la primera división francesa, y el 27 del mismo mes se firmó el tratado de Fontainebleau, por el cual se dividía Portugal en tres partes, y se concedía una de ellas al príncipe de la Paz, a quien se le dio el título de rey de Algarbes.

El 18 de marzo de 1808, tuvo lugar la conspiración del Escorial, cuyo objeto era el de destronar a Carlos IV y poner en su lugar a su hijo el príncipe de Asturias. El plan fue descubierto, y los príncipes y las personas que habían intervenido en él fueron llevados a Madrid, donde fueron sometidos a un proceso, que al cabo no tuvo ninguna consecuencia.

Junot marchó hacia Portugal el 19 de noviembre, y llegó a Abrantes el 23 de noviembre. El príncipe regente de Portugal, al enterarse de la noticia, proclamó el 22 de noviembre que se embarcaba para el Brasil, y el 29 dio la vela. El 30 de noviembre, Junot entró en Lisboa, y los españoles entraron también en Portugal, y ocuparon el país, a excepción de la parte que había sido destinada al príncipe de la Paz.

El 16 de noviembre, Napoleón partió para Italia, y la reina de Etruria, que se hallaba en aquella región, fue obligada a renunciar a su corona. Carlos IV, al ver el estado de las cosas, escribió a Napoleón una carta, en la cual le pedía que se sirviese de su mediación para poner fin a las diferencias que existían entre él y su hijo. Napoleón, por su parte, dudaba sobre su conducta respecto de España, y no sabía si debía intervenir en los asuntos de esta nación, o dejarla seguir su curso.

El 22 de diciembre, Dupont entró en Irún, y el 9 de enero de 1808, el cuerpo de Moncey entró en España. El 24 de enero, el Monitor publicó una proclama de Junot, en la cual anunciaba que la familia real portuguesa había partido para el Brasil, y que Portugal quedaba bajo la protección de Francia. El 1º de febrero de 1808, Junot proclamó la formación de una nueva regencia, de la cual se nombró presidente. Esta regencia impuso una gravosa contribución extraordinaria, y envió a Francia una división portuguesa.

El 16 de febrero, tuvo lugar la toma de la ciudadela de Pamplona, y Duhesme entró en Cataluña, llegando a Barcelona. El 28 de febrero, se produjo la sorpresa de la ciudadela de Barcelona y de Monjuich. El 18 de marzo, se ocupó San Fernando de Figueras, y el 5 de marzo, se entregó San Sebastián. El 7 de febrero, se ordenó que la escuadra de Cartagena fuera a Toulon.

El desasosiego de la corte de Madrid era grande, y la conducta ambigua de Napoleón no hacía sino aumentarlo. El príncipe de la Paz, alarmado, envió a Izquierdo a París, quien salió de Madrid el 10 de marzo, para conferenciar con el Emperador. Las tropas francesas continuaron entrando en España, y Murat fue nombrado general en jefe del ejército francés en España. La corte de Madrid pensó en partir para Andalucía, y tomó las providencias necesarias para ello.

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