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AI Voice AudioBook: Cuentos Clásicos del Norte, Primera Serie by Edgar Allan Poe

AudioBook: Cuentos Clásicos del Norte, Primera Serie by Edgar Allan Poe

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ÉDGAR ALLAN POE

Édgar Allan Poe nació en Boston, Massachusetts, el 19 de enero de 1809, durante una permanencia temporal de sus padres, que eran actores, en la ciudad; murió en Báltimore, Máryland, el 7 de octubre de 1869. A la muerte de su madre fué adoptado por John Allan, de Ríchmond, Virginia, quien le hizo educar en un colegio particular de Ríchmond y en la Manor House School, Stoke-Néwington, Inglaterra, hasta 1820, época en que regresó a Ríchmond. En 1826 ingresó a la University of Virginia. Durante su breve permanencía allí hízose famoso por sus temerarias hazañas de jugador y bebedor. Su protector le asoció a sus negocios en diciembre de 1826, pero el joven escapó a Boston donde trató de sostenerse con sus poesías, de las cuales el primer volumen, publicado en 1827, se titula: Tamerlane and Other Poems. Acosado por la necesidad, se alistó como soldado en el ejército regular, bajo el nombre de Édgar A. Perry, siendo nombrado sargento mayor en 1829. No obstante, su padre adoptivo Allan hizo que le dieran de baja y que fuera admitido como cadete en West Point. No agradándole la escuela, procuró intencionalmente que le despidieran en 1831, y comenzó una vida irregular, vagando de ciudad en ciudad y dedicándose a la literatura. En 1835 contrajo matrimonio con Virginia Clemm, y se hizo cargo de la dirección del Southern Literary Messenger de Ríchmond. Más tarde fué director de varias revistas, fijando su residencia en Nueva York en 1844. La publicación de The Raven (1845) consagró su fama convirtiéndole en el genio literario de la época. Después de la muerte de su mujer en 1847 comenzó a declinar su carrera, y murió dos años más tarde en el Wáshington College Hospital en estado de delirio. Sus obras más importantes, en adición a las mencionadas en la lista anterior, son: Arthur Gordon Pym, Tales of the Grotesque and Arabesque, Murders in the Rue Morgue, The Gold-Bug, Tales, Eureka, y The Raven and Other Poems. Su ingenio, su profunda melancolía, su originalidad y su exquisito gusto le aseguraron un lugar en el Olimpo literario.

CUENTOS CLÁSICOS DEL NORTE

PRIMERA SERIE

EL CORAZÓN DELATOR

De verdad, de verdad que estoy loco. Mas, ¿por qué decís que estoy loco? La enfermedad ha agudizado mis sentidos, no los ha destruido ni embotado. Y sobre todo estaba agudo el sentido del oído. Oíais todas las cosas del cielo y de la tierra. Oíais muchas cosas del infierno. ¿Por qué, entonces, decís que estoy loco? Escuchad, y observad cuán metódica y cautelosamente llevo a cabo todo lo que hice. Nunca fui más sensato en mi vida. Y así, ¿por qué iba a llamarme loco?

La calma con que narro mi historia es quizás una prueba de mi cordura, aunque tal calma podría no satisfacer a quien dude de mi estado mental. Hay, sin embargo, una cosa que me tortura y es la idea de que vosotros creáis que estoy loco. Un hombre loco no sabría nada. Pero yo sabía todo.

No fue el oro lo que me hizo cometer el crimen. No fue la pasión. Y creo que fue el mal que hay en mí, el mal que se apodera de las almas humanas y las arrastra a la destrucción.

No sé si los hombres me consideran un loco por el crimen en sí. Pero ¿qué hay en el crimen? Es algo demasiado fácil de cometer. El verdadero misterio reside en el tormento que lo sigue.

Sí, esto es. El tormento. La culpa, esa sombra que persigue al pecador.

El viejo era mi casero. No me había hecho ningún mal. Tampoco me había ofendido. No tenía deseos de su oro. Sospecho que tenía un motivo, sí. Pero no puedo explicarlo. Es algo que me supera. Era un hombre bueno. Su corazón era tan puro como el cielo de verano. ¿Por qué, entonces, debía yo querer hacerle mal?

No sé. Pero lo hice. Y ahora, con mi razón intacta, os cuento la verdad.

El viejo tenía un ojo, un ojo de pájaro, de águila. Un ojo pálido, azulado, cubierto con una membrana blanca. Cuando se posaba sobre mí, la sangre se me helaba en las venas. Y así, poco a poco, me fui decidiendo a matar al viejo y a librarme de ese ojo para siempre.

Si hubieseis podido ver el ojo, si hubieseis podido sentir el terror que me producía, quizá no me juzgaríais tan severamente. Era un ojo que me traspasaba, que veía hasta el fondo de mi alma pecadora.

Toda mi vida había vivido bajo su mirada. Él era mi amo, mi juez, mi verdugo. Y yo, su esclavo, mi propia conciencia hecha carne.

Una noche, al filo de la medianoche, cuando el mundo dormía en paz, decidí que había llegado la hora. Me acerqué sigilosamente a su habitación. Abrí la puerta con infinita lentitud. El viejo dormía. O eso creía yo.

Mi linterna, cubierta con tela negra, apenas dejaba escapar un hilo de luz. Me movía como una sombra. Cada crujido del suelo era un trueno en mis oídos. El corazón me latía con una violencia inusitada, como un tambor de guerra anunciando la batalla.

Me detuve. El viejo se agitó en su lecho. Pero no despertó. Estaba sumido en el sueño más profundo. Yo esperé. Paciencia, me decía, la paciencia es la aliada del criminal astuto.

Pasaron horas. El silencio era absoluto, roto solo por mi respiración agitada y el lento y regular tic-tac de un reloj lejano. Por fin, decidí que era el momento. No podía soportar más la tensión.

Abrí la linterna un poco más. Un delgado rayo de luz se deslizó por la habitación y cayó directamente sobre el ojo cerrado del viejo.

Entonces, fue entonces cuando lo oí. Un sonido débil, apenas perceptible, como el de un insecto golpeando un cristal. Era el latido del corazón del viejo. Un latido acelerado, lleno de terror.

No era el latido de un durmiente tranquilo, sino el redoble de un corazón aterrorizado.

El viejo había despertado. Él también sentía mi presencia, mi intención nefasta. Mi propia ansiedad se había contagiado a su alma dormida.

Me enfureció. ¡Ese ojo! ¡Esa mirada invisible que me juzgaba!

Me abalancé sobre él. Un grito ahogado escapó de sus labios, pero fue breve. La lucha fue corta. El viejo murió sin hacer más ruido.

Me ocupé de todo con meticulosa calma. Descuartizado el cuerpo y lo escondí bajo las tablas del suelo. Todo quedó en perfecto orden. Ni una gota de sangre, ni una señal de violencia. Estaba seguro. ¡Perfecto!

Pero entonces, a eso de las cuatro de la mañana, oí un ruido en la puerta. Alguien llamaba.

Eran los vecinos. Habían oído un grito y habían dado aviso a la policía.

Les abrí la puerta con una sonrisa. Les invité a pasar. Les aseguré que el grito había sido mío, en un sueño. Les mostré la casa en perfecto orden. Les dije que el viejo estaba fuera de la ciudad.

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