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AI Voice AudioBook: Los nueve libros de la Historia (1 de 2) by Herodotus

AudioBook: Los nueve libros de la Historia (1 de 2) by Herodotus

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LOS NUEVE LIBROS DE LA HISTORIA

DE HERÓDOTO DE HALICARNASO

TRADUCIDA DEL GRIEGO AL CASTELLANO POR EL P. BARTOLOMÉ POU DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

TOMO I

MADRID IMPRENTA CENTRAL A CARGO DE VÍCTOR SAIZ Colegiata, núm. 6 1878

PRÓLOGO DEL TRADUCTOR.

Nació Heródoto en Halicarnaso, ciudad de Caria, en tiempo de los persas, hijos de Ciro, y floreció en la época en que Cambises, hijo de Ciro, emprendió la expedición contra los egipcios. No es fácil fijar el año de su nacimiento con exactitud, y las opiniones de los antiguos sobre este punto son muy varias. Algunos autores griegos aseguran que Heródoto nació el año en que cayó la ciudad de Sardes, que los persas quemaron por orden de Aristágoras, tirano de Mileto. Otros dicen que vio la luz al mismo tiempo que Jenófanes, el famoso filósofo de Colofón, hijo de Dexito, que nació el año 570 antes de Jesucristo. No es tan grande la diferencia entre estas dos épocas, pues la quema de Sardes ocurrió el año 499. No obstante, el más común de los pareceres es que Heródoto nació el año 484 antes de Jesucristo, que es el mismo en que nació Pericles, y que murió a los 52 años de edad, es decir, en el 432. De todos modos, parece cierto que Heródoto nació y se educó entre los griegos, y que alcanzó la edad de 40 años, en la que se ejercitaba en las letras, y escribió su admirable historia. De su vida poco más se sabe, sino que, siendo joven, viajó por muchas partes de Grecia y de Asia, y que después, como veremos, recorrió Egipto, Tiro, Babilonia y muchas otras regiones.

Si no hubiéramos de limitarnos a la historia, podríamos investigar con más detenimiento las causas de sus viajes. Es indudable que su deseo de saber y su ansia de gloria le impulsaron a emprender tan largas excursiones. Pero no se puede negar que la amistad que profesaba a su compatriota Pindaropoulo, y la aversión que profesaba a Lígdamis, tirano de su patria, influyeron mucho en su ánimo. Porque Heródoto, animado por los mejores deseos, y con el auxilio de sus deudos, logró que Lígdamis fuera desterrado, y de este modo se salvó de su furia. Después, deseando ver otras tierras, y buscando los medios de adquirir alguna reputación, emprendió su viaje por los mares, y recorrió en ellos casi todo el mundo entonces conocido.

Habiendo llegado a Samos, y habiendo visto con admiración los restos de la muralla que allí levantó Polícrates, con el auxilio de Efialtes, hijo de Sófiro, y después de admirar sus otras obras, continuó su viaje por el mar.

Después de recorrer muchas islas, y de visitar las ciudades de Tróade, y de hacer escala en el Ponto, regresó a su patria, y se unió a los atenienses en la guerra contra los persas. Pero como la guerra se continuase con las vicisitudes que se conocen, Heródoto no pudo dar al público la obra que se había propuesto. Por lo que, al año siguiente, se hizo el sorteo para elegir a los varones que habían de ser los primeros en luchar contra los persas, y Heródoto se apuntó para la guerra, pero no fue elegido. El descontento que este contratiempo le causó le hizo abandonar la patria, y de nuevo se embarcó en busca de otras tierras.

En el año 447, se dirigió a Atenas, donde vivió cerca de diez años, y allí comenzó a leer en público las distintas partes de su historia, que ya había escrito. En el año 440, se trasladó a Tívoli, y de allí a Roma, y después regresó a Grecia, donde se estableció en Turio, ciudad de la Magna Grecia, la cual acababa de ser fundada por los atenienses. Allí, sin duda, terminó su obra, y allí murió, después de haber vivido algunos años.

Si se quiere saber más de su vida, puede consultarse el libro de Dionisio Halicarnaseo, que escribió una vida de Heródoto.

El nombre de Heródoto es tan célebre que no hay necesidad de hacer aquí un encomio de su persona, y mucho menos de sus escritos, que son tan conocidos de todos los cultos. El mismo Cicerón dice que Heródoto es el padre de la historia, y que no hay hombre, ni griego ni bárbaro, que no admire su erudición y el encanto de su estilo. En efecto, su libro es un tesoro de noticias históricas, geográficas y etnográficas, y en él se encuentran las noticias más preciosas sobre las costumbres, leyes y religión de los pueblos que vivieron hace veinticuatro siglos, y cuyo recuerdo apenas nos resta. Su estilo es tan suave, tan elegante y tan agradable, que es un verdadero placer leerlo.

El único defecto que se le puede achacar es su credulidad, pues, en muchas ocasiones, refiere cosas que no son enteramente verídicas, o que no están suficientemente comprobadas. Sin embargo, este defecto es tan natural en los historiadores de aquel tiempo, que no podemos extrañarnos de ello.

El autor que se propone traducir se hizo célebre por su erudición, y por la elegancia de su estilo, y por su afición a las cosas curiosas, y por su deseo de aumentar sus noticias, y por su afán de glorificar a los griegos.

Fue Heródoto el primero que se dedicó a investigar con método las causas de la guerra entre los griegos y los persas, y en su obra se pueden apreciar los nueve libros que componen su historia.

El primer libro trata de los lidios y de los lidios, y del origen de Creso y de sus guerras contra los persas.

El segundo libro refiere las cosas de Egipto.

El tercer libro trata de Cambises y de su expedición contra los egipcios, y de la victoria de Darío sobre los magos.

El cuarto libro refiere las guerras de los escitas y de los griegos, y las campañas de Darío contra los escitas.

El quinto libro trata de las rebeliones de las ciudades jónicas contra Darío, y de la expedición de este rey contra los griegos.

El sexto libro refiere la primera expedición de Darío contra los griegos, y la batalla de Maratón.

El séptimo libro trata de la segunda expedición de Jerjes contra los griegos, y de la batalla de las Termópilas.

El octavo libro refiere las batallas de Artemisio y de Salamina.

El noveno libro trata de la batalla de Platea, y de la victoria de los griegos sobre los persas.

Como es natural, no podemos dar aquí más que un resumen de los contenidos de cada libro, pues si hubiéramos de referir todo lo que contiene, sería preciso copiar el libro entero.

Hecha esta breve noticia sobre el autor y sobre su obra, paso a la traducción, que he procurado hacer lo más fiel posible al original griego, aunque reconociendo la dificultad de traducir a un autor tan copioso y tan elegante como Heródoto.

He procurado, en cuanto me ha sido posible, conservar la elegancia del estilo del autor, y la pureza de su lenguaje, y la variedad de sus expresiones, y la gracia de sus descripciones, y la sencillez de sus narraciones.

No obstante, debo confesar que es difícil conservar en castellano la belleza del griego, y que es necesario sacrificar algo de la elegancia del original para que la traducción sea comprensible y fluida.

He procurado, finalmente, modernizar la ortografía y la sintaxis, sin perjuicio de la fidelidad al texto.

Para que el lector pueda comprender mejor el texto, he añadido algunas notas al pie de página, que he tomado de los mejores autores griegos y latinos, y que he cotejado con las que han escrito los eruditos modernos.

Estas notas son meras explicaciones de algunos pasajes oscuros o de algunas costumbres extrañas, o de algunas palabras cuyo significado es incierto.

Espero que mi trabajo sea del agrado del público, y que contribuya a la gloria de la nación española y al buen gusto de nuestros compatriotas.

HERÓDOTO DE HALICARNASO.

LIBRO I.

La investigación de Heródoto de Halicarnaso es esta: conservar la memoria de las cosas hechas por los hombres, y hacer que las obras célebres y memorables, algunas de las cuales fueron realizadas por los griegos, y otras por los bárbaros, no caigan en el olvido, y, sobre todo, mostrar la causa por la que se hicieron la guerra unos a otros.

Los lidios fueron los primeros, que nosotros sepamos, que hicieron guerra a los griegos, y no de estos a aquellos, y de los bárbaros a los griegos, y no de estos a aquellos. Y, en efecto, cuando los lidios lucharon contra los jonios, que eran griegos, comenzó la enemistad.

De los griegos, unos habitaban en Asia, y otros habían pasado a Asia y se habían establecido allí. Los jonios, después de haber abandonado su tierra, se establecieron en el Peloponeso, y después, por su culpa, fueron expulsados de allí por los aqueos, y se establecieron en la tierra que desde entonces se llamó Jonia, y que antes tenía nombre de Helade.

En cuanto a los lidios, antes de la época de Lidio, hijo de Atis, apenas eran conocidos. Pero, al parecer, cuando Lidio fue rey, su reino se hizo más poderoso, y sus hijos, Creso y Agarto, heredaron su poder. Creso, que fue el último rey de Lidia, es el que más se distingue en la historia.

La historia de Creso es tan famosa entre los griegos como entre los bárbaros, y por ello la incluiré en mi relato.

La ciudad de Sardes era la más poderosa de Lidia, y Creso era su rey. A este rey se le atribuye la invención del oro y de la plata, y el establecimiento de la moneda.

Entre los príncipes que vivían en la época de Creso, el más rico y el más poderoso era Creso, rey de Lidia. Se dice que el reino de Creso se extendía desde el río Halis hasta el mar Egeo, y que era el soberano absoluto de todos los pueblos que vivían entre estos dos límites.

La riqueza de Creso era tan inmensa que se decía que era el hombre más rico de todo el mundo conocido. Y no es de extrañar, pues el reino de Lidia era muy rico en oro y en plata, y Creso se hizo con todo ese tesoro.

Sin embargo, a pesar de toda su riqueza y de su poder, Creso no se consideraba el hombre más feliz del mundo. Y es que tenía dos hijos, y uno de ellos era sano y fuerte, y el otro era tullido y sordo.

El hijo sano y fuerte se llamaba Atis, y era el más amado de Creso. Pero el hijo tullido y sordo, cuyo nombre no se conoce, era un estorbo para Creso, y no le daba más que disgustos.

Un día, Creso preguntó al oráculo de Delfos quién era el hombre más feliz del mundo, y el oráculo le contestó que era Solón de Atenas. Creso, sorprendido por esta respuesta, decidió invitar a Solón a su corte, para conocerle y saber por qué era más feliz que él.

Cuando Solón llegó a Sardes, Creso le recibió con todos los honores, y le mostró sus tesoros, y le preguntó si había visto jamás hombre más feliz que él.

Solón respondió que había conocido a muchos hombres felices, pero que el más feliz de todos era un hombre llamado Telo de Atenas. Creso, irritado por la respuesta, preguntó a Solón quién era Telo, y Solón le contestó que Telo era un hombre bueno y piadoso, que había vivido en paz, y que había muerto en batalla, defendiendo a su patria.

Después de Telo, Solón mencionó a otros dos hombres felices, que eran Cleobis y Bitón, hijos de la sacerdotisa de Hera en Argos. Estos dos hermanos, siendo jóvenes, habían ayudado a su madre a llevar el carro de la diosa al templo, y la sacerdotisa, agradecida, pidió a Hera que concediera a sus hijos el mejor regalo que un hombre pudiera desear. Hera los concedió morir en el sueño, mientras dormían en el templo.

Creso, al oír esto, se enfadó mucho con Solón, y le preguntó por qué no le había puesto a él entre los hombres más felices. Solón le respondió que no se podía llamar feliz a nadie mientras estuviera vivo, porque las desgracias podían ocurrir en cualquier momento.

Creso, sin embargo, no quiso hacer caso de las palabras de Solón, y se jactó de su felicidad. Pero poco tiempo después, Atis, su hijo sano y fuerte, murió en una cacería, a causa de una lanza que le hirió mortalmente.

Creso, destrozado por el dolor, ordenó que se hicieran grandes lamentos por la muerte de su hijo, y que se celebraran juegos fúnebres en su honor. Y fue durante estos juegos cuando el hijo tullido y sordo de Creso, que siempre había sido un estorbo para su padre, se abalanzó sobre el cuerpo de su hermano, y lo mató, clavándole un cuchillo en el costado.

Creso, al ver esto, se hundió en la desesperación, y se arrepintió de no haber hecho caso a las palabras de Solón. Y desde aquel momento, su vida se convirtió en un cúmulo de desgracias.

Algún tiempo después, Creso se enteró de que Ciro, rey de Persia, había conquistado el imperio de los medos, y que su poder se extendía cada vez más. Creso, temiendo que Ciro quisiera conquistar Lidia, decidió consultar al oráculo de Delfos para saber si debía ir a la guerra contra los persas.

El oráculo le respondió: "Si Creso va a la guerra contra los persas, destruirá un gran imperio". Creso, creyendo que el oráculo se refería al imperio persa, se alegró, y se preparó para la guerra.

Antes de emprender la campaña, Creso envió embajadores a los oráculos de Grecia y de Libia, para preguntarles si debía atacar a los persas. Todos los oráculos le dieron la misma respuesta: que si atacaba a los persas, destruiría un gran imperio.

Creso, animado por estos oráculos, decidió atacar a Ciro. Pero antes de partir, envió un mensajero a Delfos para asegurarse de que el oráculo no se refería a su propio imperio. El oráculo, sin embargo, le aseguró que se refería al imperio persa.

Así, Creso, confiado en el oráculo, reunió un gran ejército y se dirigió a Persia. Pero en la batalla que siguió, Ciro lo derrotó, y Creso fue hecho prisionero.

Ciro, al ver la inmensa riqueza de Creso, decidió perdonarle la vida, pero lo condenó a ser quemado vivo en una gran pira.

Cuando Creso estaba sobre la pira, y el fuego comenzaba a devorar su cuerpo, recordó las palabras de Solón, y gritó: "¡Solón, Solón, Solón!". Ciro, al oír el grito, preguntó a Creso por qué invocaba a Solón. Creso le contó la historia de su encuentro con el filósofo, y de cómo Solón le había advertido sobre la vanidad de la felicidad terrenal.

Ciro, conmovido por la historia, ordenó que se apagara el fuego, y salvó a Creso de la muerte.

Después de esto, Ciro se hizo amigo de Creso, y lo tuvo siempre a su lado como consejero. Y así, el oráculo se cumplió, pues Creso, al atacar a Ciro, destruyó un gran imperio, el suyo propio.

Este es el fin de la historia de Creso, rey de Lidia. Y ahora comenzaremos a relatar los acontecimientos que llevaron a la guerra entre griegos y persas.

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