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AudioBook: Don Quijote by Miguel de Cervantes Saavedra
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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
por Miguel de Cervantes Saavedra
Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y sobras los sábados, lantejas los viernes, y algún palomino o gazpacho por colación los domingos, consumía las tres partes de su hacienda. El resto della se empleaba en sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, pantuflos de lo mesmo para los días de entresemana, y sus días de placer, que no eran muchos, se le iban en atizarle el fuego a su ingenio y en leer libros de caballerías, de los cuales hacía tan poca cuenta y tan poca diferencia de lo verdadero a lo fingido, que trastocaba y confundía lo uno y lo otro.
Decía este hidalgo que la falta de reyes y la necesidad de ellos le movía a tomar las armas en favor de los desvalidos, amparar a las doncellas, enderezar entuertos; y que, puesto que él no se preciaba de caballero andante, no por eso dejaba de serlo en sus pensamientos, y que andaba buscando quién le ordenase caballero, para poder poner en ejecución tan buenos deseos.
No tenía en esto mucha dificultad, porque imaginó que había en el mundo tantas encantadoras como en los libros que leía, y que no había de faltar alguna dueña encantada que le pidiese socorro. Y así, con este pensamiento, y con no poco regocijo suyo, se hizo a la vela.
Pero antes de que sus ojos se posasen en cosa alguna digna de ser contada, es necesario que sepan que este excelentísimo señor, cuando no estaba en sus reales pensamientos, se llamaba Alonso Quijano, o Quesada, o Quijada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana. Pero en esto que importa poco, seguiremos la posta, sin salirnos un punto de la verdad.
Es, pues, cosa averiguada que su nombre era Alonso Quijano, y que era de esta misma tierra, y que sus padres fueron de los Quijadas, y que su casa no era de las más principales de la villa, sino que era una casa de campo, como dicen, con un cortezón y un pozo rancio, una vaca vieja, un galgo para la caza, y un ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.
Era nuestro hidalgo, poco más o menos, de cincuenta años; su complexión seca, de rostro enjuto, madrugador y amigo de la caza. Quince o veinte días se le iban en imaginar qué se le podía hacer para ejercitarse en aquello que había leído.
Finalmente, consumió su hacienda. Las armas y la armadura que tenía eran de sus bisabuelos, y estaban ya mohosas y enmohecidas; pero él las limpió y aderezó como pudo, y halló que le faltaba la bacía de un barbero, que era una bacía de álamo, con una visera de latón, que él hizo nueva y le pareció que era el yelmo de Mambrino.
No halló a quién preguntar, y así, para no detenerse, le pareció que era menester ungirse y armarse caballero. Y así, en la primera ocasión que tuvo, se puso en campaña.
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